Eres humano
Vivir no resulta fácil. Todos pasamos por malos momentos, por dificultades que parecen insuperables.
Todos, en algún momento, nos sentimos fracasados, aislados, rechazados: y sufrimos por ello.
Dicho de otra manera, todos somos seres humanos.
Cuando nos damos cuenta de que todos los seres humanos pasan por experiencias dolorosas parecidas a las nuestras, nuestro dolor se suaviza. Y no porque nos alegremos de que los demás sufran; más bien es debido a que nos hacemos conscientes de que no estamos aislados en nuestro sufrimiento.
Te sentará bien sentirte un ser humano entre otros seres humanos.
Cuando sientes que formas parte de la humanidad se activa en tu cerebro el sistema que regula las emociones que tienen que ver con el cuidar y fraternizar. Ese sistema nos invita a relacionarnos con otras personas, a formar grupos que nos harán sentirnos más seguros.
Si, en cambio, sientes que estás desconectado de los demás, te embargará una dolorosa sensación de soledad, aunque te rodee una multitud.
Los lazos de amor y cariño con otras personas son imprescindibles para que podamos florecer plenamente como personas.
La trampa de la perfección
No es plato de buen gusto el tener que admitir nuestras imperfecciones, nuestras humanas imperfecciones. Pero hay personas a las que resulta insoportable admitir sus defectos.
Nuestra mente puede engañarnos haciéndonos creer que podemos llegar a la perfección.
Si has caído en esa trampa supongo que serás una persona insatisfecha contigo misma. No es que yo sea adivino. Es la consecuencia normal cuando te pones metas imposibles. Nunca llegas porque son imposibles, y entonces sientes una profunda decepción.
Si fuésemos perfectos no seríamos humanos.
Por supuesto, esforzarse por mejorar es algo muy sano y productivo; pero si para sentirte una persona valiosa necesitas ser el número uno, entonces ese afán se convierte en una tiranía.
Tenemos que dejar en nuestra vida un hueco al fracaso.
Se aprende mucho cometiendo errores. Son unos magníficos aliados.
Las críticas internas
Puede que una parte de tu mente se pase el día criticando lo que haces, piensas o sientes.
Puede que creas que esas críticas son reales.
Si es así, es muy probable que tiendas a separarte de los demás por temor a que descubran lo defectuosa que eres.
Quieres evitar que los demás conozcan tus imperfecciones por miedo a que te rechacen, por miedo a sentirte avergonzada; y, para evitar ese supuesto rechazo, te escondes, te apartas, y estás en guardia. Y entonces tu sentimiento de soledad aumenta.
Si te criticas duramente es como si llevaras puesta una venda en los ojos que te impide ver que otras personas quieren acercarse a ti; que quieren conocerte tal cual eres.
Compararnos con los demás
Sentirnos conectados con los demás, como decía al principio, es una necesidad básica que incluye querer y ser queridos; que supone que nuestros logros y cualidades son reconocidos por los demás.
Puede que para ser aceptados por los demás nos esforcemos sobremanera por tener éxito.
Pero sólo pueden tener éxito y destacar socialmente unos pocos, así que nos hacemos competitivos. Y comparamos nuestros avances hacia el éxito con el de las personas que nos rodean. Y nos sentimos amenazados por sus logros.
La carrera hacia el éxito que tenía como objetivo ser aceptados nos acaba aislando: toda una paradoja.
También comparamos los grupos a los que pertenecemos con los demás grupos.
Nuestra identidad está definida en buena parte por esos grupos de los que formamos parte: grupos religiosos, políticos, raciales, familiares.
Si me identifico con un grupo en concreto estoy creando una frontera que me separa de los otros grupos: cristiano y no musulmán o budista; seguidor de un equipo de futbol y no de los demás; etc.
Es fácil llegar a los prejuicios y los odios cuando se ha establecido una frontera.
Si te identificas con la humanidad entera se acabó el problema.
Si te identificas con la vida, mejor aún.
Infinitas conexiones
Me da vértigo intentar imaginar todas las circunstancias que se han conjugado para que yo sea la persona que soy ahora.
En lo que soy ahora están presentes infinitas generaciones; la cultura en la que estoy inmerso; las circunstancias económicas; todos los libros que he leído; todas las conversaciones; relaciones de amistad; amores; etc.
Soy una complejísima red de circunstancias y causas en las que mi voluntad no ha participado más que en una pequeñísima parte. Y a ti te pasa lo mismo.
Entonces, ¿por qué a veces somos tan cruelmente críticos con nosotros mismos por ser como somos?
Supongo que imaginar que uno está al mando de todos sus pensamientos y actos crea una reconfortante ilusión de control.
Pero sólo es una fantasía. Una fantasía que no sale gratis, porque cuando las cosas no salen como queremos nos criticamos y machacamos sin piedad pensando que somos los únicos responsables.
No controlamos todo lo que ha influido e influye para que seamos lo que somos. Así que mejor será no tomarse tan a pecho los fracasos personales.
Que no esté en nuestras manos la capacidad de controlarlo todo no quiere decir que no podamos controlar nada. Ni tanto ni tan calvo.
Es de sabios reconocer que la vida es muy compleja y que nos enfrenta a muchas situaciones ambiguas. Reconocer que hay cosas que no están en nuestras manos cambiar. Pero también es de sabios ser conscientes de que otras muchas circunstancias pueden y deben ser modificadas ejerciendo nuestra libertad para elegir las opciones más valiosas.
Resumiendo
Como seres humanos estamos sometidos a múltiples limitaciones.
Todos atravesamos momentos difíciles.
Todos somos imperfectos, estamos formados por luces y sombras.
Seamos pacientes y compasivos con nosotros mismos y con los demás para seguir desarrollando todo el potencial que aún permanece dormido.
Somos seres humanos: nada más y nada menos.
Si quieres leer algo relacionado con la autocompasión te rpopongo el siguiente artículo:
Imaginación, compasión y autocuidados