Tener miedo a las emociones positivas y evitarlas es más común de lo que tal vez te imaginas. ¿El motivo?: asociar las emociones agradables a alguna clase de peligro.
Veamos algunas posibilidades que conducen a ese temor.
Temor al placer
Si te han educado en una familia muy influida por las ideas religiosas que defiende que esta vida es un valle de lágrimas; y que el esfuerzo, el sacrificio y la abnegación nos preparan para una vida mejor después de la muerte; pues, entonces, es normal que hayas entendido que el placer es algo malo, algo que conduce, tarde o temprano, al pecado.
En este tipo de familias (muy frecuentes en nuestra cultura) la vida mental está organizada, en buena parte, por una polaridad: en un extremo está el BIEN; y en el otro, el MAL. Pero con una peculiaridad: el BIEN no tiene que ver con la alegría de vivir, no es un canto a la vida; más bien se trata de ausencia del mal.
En estas familias se procura evitar todo lo que pueda conducirles al pecado: sexualidad, éxito, alegría, felicidad, etc. Digamos que temen que el demonio se cuele en sus vidas agazapado dentro del placer de vivir como si se tratase un polizón cruzando una frontera prohibida.
Identificarse con el sufrimiento
Puede que a lo largo de tu vida te hayas identificado con los sentimientos de tristeza, abatimiento y te veas a ti misma como una persona sufridora.
En este caso la felicidad o la alegría son como piezas de un puzle que no encajan.
También puede que el personaje que más te gusta representar sea el de víctima. Y procuras mostrar tus dotes interpretativas cada vez que tienes ocasión. En este caso no vienen a cuento las emociones positivas. Serían una incongruencia.
Si te sientes bien es como si no te reconocieras, si estuvieses perdido, y eso asusta.
Ser feliz puede generar un cambio demasiado grande en lo que crees que eres.
Hablando de representar papeles te propongo el siguiente artículo si quieres ahondar en este asunto:
Temor a abrirse a los demás
Si te sientes estupendamente y tu pecho está repleto de amor es casi seguro que serás una persona dispuesta a abrirte a los demás.
Podría decir que el amor es una forma de abrirse, de salir de uno mismo hacia los demás, de aventurarse en territorios desconocidos.
El amor nos hace bajar la guardia, nos hace más confiados; pero entonces, puede que en ese momento se encienda una alarma en tu mente y te advierta de los peligros que corres de ser herido; y te invite a retroceder, a volver a meterte en tu guarida íntima.
Puede que aprendieras en la infancia que para sentir seguridad tienes que aislarte. (Yo recuerdo lo mucho que me gustaba de niño meterme dentro de una caja de cartón, de las que se usan para embalar lavadoras. Me sentía estupendamente allí dentro, en silencio, mientras escuchaba el deambular de las demás personas alrededor).
Si eres de estas personas es probable que cuando te visita la angustia tiendas a apartarte del mundo en vez de pedir ayuda a tus seres queridos.
Esta tendencia a meterse en su caparazón que tienen algunas personas cuando se encuentran mal puede interferir muy negativamente si están siguiendo una psicoterapia.
Si se encuentran mal se apartan del psicólogo.
Si la confianza y la intimidad con el psicólogo aumentan (como es de desear) llega un punto en que pueden asustarse porque les parezca excesivo y, por tanto, peligroso: demasiada apertura. Entonces, también se apartan.
Asociaciones peligrosas
Puede ocurrir que, en tu infancia, las figuras que representaban para ti la seguridad, la protección, la ternura; también representaran una fuente de peligro (malos tratos, abusos sexuales, falta de predictibilidad, etc.).
Y hayan quedado asociadas ambas cosas: ternura y peligro.
Y cuando alguien te muestra amabilidad (como puede ser durante una psicoterapia o en una relación amorosa) tal vez te acuerdes de esa figura temprana y del daño que te causó.
Esa amabilidad puede hacerte desear la cercanía, pero eso puede activar los recuerdos de pérdida de control, de temor, dependencia, sensación de estar en una trampa, etc.
Es como si los sentimientos de calidez y ternura hubiesen quedado contaminados por otros sentimientos más complicados.
Otra posibilidad es que estuvieses viviendo un momento de felicidad y ocurriera una desgracia. Y ambos recuerdos quedaron como pegados.
Y te puede quedar en la mente la peligrosa idea de que cuando las cosas van bien acaba ocurriendo una desgracia.
Tristeza por lo no vivido
Al comenzar a sentirte en conexión con otra persona tal vez te des cuenta de hasta qué punto has anhelado desde la infancia que alguien te quisiera.
Pueden surgir sentimientos muy intensos de pérdida, de profunda tristeza por no haber tenido a nadie que te quisiera.
Lo que no ha sucedido, y hubiese sido deseable que ocurriera, puede hacernos mucho daño.
Seguridad
Para lanzarse a explorar terrenos desconocidos, como pueden ser las emociones positivas, es necesario que se den unas condiciones de seguridad.
Se aprende mejor cuando reina la alegría; y las amenazas se mantienen a una distancia prudencial.
Cuando en una terapia psicológica se abordan sentimientos largamente evitados (aunque sean agradables) conviene tener paciencia, porque es más que probable que se active simultáneamente el temor, una y otra vez.
Paciencia hasta que el temor se canse.