Lo que no conviene hacer
Es frecuente que los padres neguemos lo que nuestros hijos están sintiendo.
Supongo que le habrás dicho a tu hijo algo parecido a esto en algún momento: “No tienes motivos para estar tan cabreado” o “No tengas miedo”.
Yo, si estoy enfadado y alguien me dice que no esté enfadado, aún me enfado más.
A los niños les pasa lo mismo: se enojan si no tenemos en cuenta lo que están sintiendo.
Recomendarle que no tenga sentimientos “negativos” no funciona.
¿Quieres mejorar la comprensión de los sentimientos de tu hijo?
Si es así, te propongo las siguientes recomendaciones:
Escucha con toda tu capacidad de atención
Si quieres contarle a un amigo un problema que te está agobiando, ¿qué te gustaría que hiciera tu amigo? ¿Que te escuche con un silencio que rezuma comprensión, o que te dé unos cuantos consejos, te interrogue o te haga sentir culpable por haberte metido en semejante lío?
Hazle saber que le entiendes
Tampoco es cosa de que te quedes cayado como una estatua y que el niño no sepa si te has quedado paralizado por algún secreto rayo cósmico.
Conviene que, de vez en cuando, le hagas saber que le estás entendiendo asintiendo con la cabeza o con algún sonido de esos que utilizamos para estos fines.
Ponle un nombre a lo que tu hijo está sintiendo
Eso le aliviará mucho. Sentirá que has reconocido lo que le pasa.
Además irá adquiriendo un vocabulario para poder hablar de sus experiencias interiores.
Como dijo el filósofo Wittgenstein “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” (aunque no estoy seguro de lo que quería decir, pero queda bien de vez en cuando colocar aquí o allá alguna frase célebre).
Escúchale y háblale desde tu corazón
Es decir, procura meterte en su piel, ponerte en su lugar para tratar de entender cómo ve el mundo y cómo, a veces, el mundo le hace sufrir.
Eso de que la infancia es la etapa más feliz de la vida es un mito.
La vida se encarga generosamente de proporcionarnos problemas y sufrimientos en cualquiera de sus etapas (espero no resultarte muy pesimista).
Es contraproducente fingir que estás escuchando y entendiendo a tu hijo. Sonará a falso y se sentirá, con razón, manipulado.
Puedes decirle que parece enojado; o que notas que tiene dudas sobre si ir o no a un cumpleaños; o que tiene que resultar doloroso que se rían de ti en público.
Resiste la imperiosa tentación de arreglar las cosas de inmediato
Todos llevamos dentro un bombero compulsivo, o un equipo completo de emergencias. Mantenlos a raya. Hay fuegos que conviene dejarlos arder un rato.
Muérdete la lengua cuando te empiecen a entrar ganas de darle un consejo o de someterle a un interrogatorio.
Te dirás: “¿Qué tiene de malo que le pregunte por qué se siente así?”.
Pues porque el niño, después de esa pregunta, tiene dos problemas: el que te ha venido a contar y el tener que encontrar una razón para lo que le pasa lo suficientemente buena para que tú te quedes tranquilo.
Los niños no suelen saber por qué les pasa lo que les pasa (yo tampoco lo sé la mayoría de las veces).
Y, si tienen una explicación, pueden sentir temor de que a ti te parezca una tontería.
Resumiendo: el niño no necesita que estés de acuerdo con él, y mucho menos en desacuerdo; necesita que reconozcas lo que le está pasando.
Algunas precauciones
Si el niño está demasiado alterado y no está en condiciones de charlar puedes invitarle a emprender alguna actividad física como liarse a puñetazos con un cojín, o patear tu ordenador portátil (¡es broma!); o que ruja como una fiera terrorífica.
También puede ser útil ponerle delante papel y material de dibujo para que se desfogue dibujando.
Puede que tu hijo sea de los que prefieren que no le digas ni mu cuando está alterado.
Si es así, mantente cerca de él en silencio hasta que se calme.
Si en su “calentón” dice cosas hirientes sobre sí mismo, no repitas esas palabras. No te conviertas en aliado de esas descalificaciones.
¿Quieres mejorar tu capacidad de escuchar a los niños?
Me gustaría ahondar un poco en algo que ya te comenté hace un rato: si quieres tener una relación fructífera con tu hijo es esencial desarrollar una gran habilidad para escuchar.
Esa habilidad prosperará si escuchas lo que tu hijo quiere decir sin añadirle ninguna opinión personal, sentimiento o advertencia (perdona que insista).
Es suficiente con que sientas lo que tu hijo quiere decirte y que tengas en mente el objetivo de ayudarle a entrar en contacto consigo mismo para poder clarificar sus sentimientos.
El primer paso es que respondas a lo que te ha contado. Por ejemplo:
“Estás enfadado porque te parece injusta la nota que te han puesto en el examen.”
“Parece que te da vergüenza ir a ese cumpleaños.”
“Me estás diciendo…”
Recuerda que no se trata de que le contestes dándole una interpretación de lo que te está contando o diciéndole cómo te está haciendo sentir lo que dice.
Limítate a devolverle lo que crees que has entendido.
El segundo paso consiste en que compruebes que has entendido adecuadamente lo que el niño te ha contado. Puedes decir cosas así:
“¿Lo he captado bien?”
“¿Lo he entendido como querías decírmelo?”
Si ves que tu hijo duda sobre si ha sido entendido o no, conviene que le invites a repetir lo que te ha dicho para ver si consigues captarlo con la mayor exactitud posible.
El tercer paso es que le invites a continuar para que pueda meterse más a fondo en lo que le ha alterado:
“¿Quieres contarme algo más?”
Por supuesto que esta manera de escuchar funciona no solo con los niños. Hasta las piedras se sentirán entendidas si las escuchas de esta manera.
Te animo a practicar sin desfallecer.
Se te olvidará una y otra vez (lo sé por experiencia); pero eso lo único que te indica es la necesidad de perseverar en la práctica del arte de escuchar.
Comentarios 1
Bueno es difícil la situación con mi hijo y creo q es falta de atención q le prestó solo cuando se porta mal , no obedece pero tampoco le e creado hábitos ni yo los tengo eso me confronta