El poder de la imaginación
¿Qué ocurre si llegas a tu casa con hambre y sobre la mesa encuentras una comida que te gusta mucho? ¿Qué ocurre en tu cuerpo cuando la ves y la hueles?
No quiero ir de adivino, pero estoy seguro de que se te hace la boca agua y tu estómago se pone manos a la obra con sus jugos gástricos para dar cuenta de esa apetitosa comida.
Ahora imagínate que tienes mucha hambre y que te sientas en un sillón, cierras los ojos y te concentras en visualizar esa comida que tanto te gusta. También recreas lo bien que huele y saboreas un trozo (siempre con la imaginación).
Seguro que tu cuerpo también segrega saliva y jugos gástricos.
Conclusión: sea ante una comida real o sea ante una comida imaginada se activan las mismas áreas de tu cerebro que, a su vez, provocan ciertas reacciones en tu cuerpo.
El mismo ejemplo podría haberlo puesto utilizando el sexo. (No lo he hecho para no ser tildado de pornográfico).
Si lo que te imaginas es algo que dispara tus alarmas internas, pues entonces tu cuerpo responderá como si estuvieses ante un peligro real. Supongo que se te ocurrirán cientos de ejemplos: imaginar que suspendes un examen; o que un lunar pueda ser un cáncer; o que en una fiesta a la que vas a ir haces el ridículo delante de todo el mundo; etc.
Un caso especialmente doloroso es cuando tu propia mente (una parte de ella, más bien), se dedica a criticar duramente a otras partes de tu mente.
Cuando te ocurre eso, te sientes tan amenazado como cuando alguien real te critica sin piedad. Sin ninguna duda es una forma de peligro.
Te propongo una nueva escena.
Has cometido un error en tu vida. Te sientes fatal. Alguien se acerca a ti y te trasmite comprensión. Te hace ver que todos somos humanos y que es de humanos el equivocarse. También comprende lo mal que los estás pasando. Y te mira con aceptación.
¿Qué sientes ahora? ¿Qué te parece más reconfortante y saludable: criticarte duramente por el error cometido o dirigir una mirada compasiva hacia tu propia persona?
La mente: un lugar difícil de habitar
Si dejas que tu mente paste a sus anchas, si la dejas sueltita, lo más probable es que se dedique a rememorar sufrimientos del pasado, o a elaborar complejas fantasías de posibles desastres futuros.
Así es como parece que la evolución ha ido “programando” nuestros cerebros: Resulta más útil para sobrevivir poner el foco de nuestra atención en los aspectos más negativos de la vida. Por eso predominan las emociones que podríamos llamar desagradables.
Cuando las cosas no nos van bien solemos reaccionar de las siguientes maneras:
Autocriticándonos: Nos ponemos a caldo a nosotros mismo (“Soy un inútil”, “Me merezco lo peor”).
Aislándonos: La vergüenza nos invita a que nos escondamos de las miradas ajenas. O nos hace huir de nuestras propias emociones proponiéndonos drogarnos, trabajar hasta la extenuación, pensar en el sexo a todas horas, etc.)
Dándole vueltas a las mismas cosas: Nos hacemos las mismas preguntas deprimentes sin parar.
Dado que venimos al mundo con un cerebro que funciona de esa manera, parece inteligente intentar compensar esa tendencia hacia los remordimientos y la ansiedad utilizando para ello nuestra imaginación.
Podemos generar escenas que nos hagan sentir seguros, en paz. Escenas que nos preparen para tener relaciones reconfortantes.
Podemos acallar esa voz interna que nos machaca con sus críticas generando auto compasión.
Autocompasión
Si se te acerca llorando desconsoladamente un niño al que quieres mucho seguro que le prodigas cuidados y consuelo y que intentas tranquilizarlo.
Ser autocompasivo es hacer eso mismo con tu propia persona.
Es ser amable contigo mismo cuando las cosas se ponen feas, en vez de darte con el látigo.
Es entender que vivir implica una dosis inevitable de dolor y sufrimiento. Todo el mundo lo pasa mal en algún momento. No siempre está en nuestras manos evitarlo.
También implica que estés alerta para no salir huyendo cada vez que te visita una emoción que consideras desagradable. Alerta para acercarte a tus sentimientos con aceptación, incluso con curiosidad.
También es autocompasivo generar voluntariamente estados mentales reconfortantes.
Ya que con frecuencia te provocas miedo y desmoralización utilizando para ello tu imaginación, espero que no te parezca extraño que te proponga un ejercicio para provocar una sensación interna de bienestar y confianza (por variar un poco).
Un lugar seguro dentro de tu mente
Imagina un lugar que te proporcione una sensación de seguridad.
Puede que elijas imaginar una playa paradisiaca; o un bosque que te envuelve como si fuese un abrazo; o prefieras estar ante una chimenea en una cabaña mientras ves nevar por la ventana.
Puede ser un lugar que conozcas físicamente. También puede ser un producto de tu imaginación.
Cuando hayas elegido ese lugar que representa para ti la tranquilidad y la seguridad, sumérgete en él con todos los sentidos. Es decir, imagina que olores percibes estando en ese lugar; qué formas y colores; que sensaciones tienes en la piel; qué escuchas; que saboreas.
Es mejor que ese lugar sea exclusivamente tuyo. Entra en él solo. Que sea un encuentro íntimo entre el lugar y tú.
Observa cómo sientes tu cuerpo “por dentro” después de permanecer unos minutos imaginando ese espacio confortable. Cómo notas el interior de tu pecho o de tu abdomen.
Deja que esa sensación agradable (espero que así sea) se extienda por todo tu organismo y apacigüe profundamente tu mente.
¿Estás de acuerdo en que esta manera de utilizar la imaginación puede ser una potente manera de cuidarte?